Gracias a un gran amigo de la facultad - en cuanto lea estas humildes líneas sabrá que es él – conocí una de esas pasiones que están en el fondo más profundo y ominoso de tu alma. Solo faltaba que alguien arrojase un pequeño rayo de luz. Pues entre tanta oscuridad, me di cuenta que sentía gran predilección por la fotografía.La capacidad que tiene una cámara fotográfica para captar el momento crítico de la realidad me resulta fascinante. Te muestra las cosas más allá de las palabras de un periódico o los argumentos de voz grave de un gran locutor de radio.
Con la aparición de la fotografía en el siglo XIX, los conflictos bélicos eran literalmente llevados por primera vez a los hogares a través de los periódicos, y digo literalmente, porque en aquella época el conflicto solo se vivía en el campo de batalla. Esto cambió cuando el general Sherman, en la guerra civil americana, pusiera en práctica el concepto de guerra total o guerra moderna. Un modelo que consistía en la aniquilación de enemigo no solo en el campo de batalla, sino también arrasando sus suministros, campos de cultivo, ciudades, etc. dejando a la población a la desesperada.
Es aquí donde viene el gran dilema de la fotografía, mejor dicho del fotoperiodismo, porque desde luego considero que es otra forma más de hacer periodismo. ¿Debemos publicar las fotografías más duras de una guerra? ¿Solo las menos impactantes? ¿Hablamos de morbo o periodismo?
Hay diversidad de opiniones, desde luego, pero soy de los que piensan que la sociedad está anestesiada y que cada vez que contemplan algo desagradable se tapan los ojos diciendo: ¡por favor donde está la ética y la moralidad! Es tal la aversión que siento por este típico comentario, que cada vez más, pierdo la fé en el compromiso que tienen las personas por saber más sobre el mundo que nos rodea. Nos hemos acomodado tanto en nuestra burbuja de felicidad, que cualquier cosa que intente pinchar ésta, se convierte en algo amoral. Pues permítanme mi osadía. No hay cosas más amoral que taparse los ojos ante la realidad y mirar hacia otro lado, además de ser algo cobarde y falsario.
Desde mi humilde opinión, la fotografía nos hace conocer las maldades y también las cosas maravillosas que esconde un mundo, que por diversos motivos no está a nuestro alcance. Todo el mundo sabe diferenciar perfectamente entre el gore y el fotoperiodismo, pero estamos tan encantados con nuestro propio mundo de barrio sésamo, que cualquier cosa resulta ir más allá de los límites de la moralidad.
Moralidad puesta en duda cuando se permiten programas donde, y es solo la punta de un iceberg construido a base de mierda, un diablo de pelo amarillo tintado, con un gran poderío para la mala educación y el mal gusto, se vanagloria de ser periodista y utiliza a su hija como reclamo mediático. Sin embargo cuando vemos a la chica vietnamita desnuda a causa de la deflagración de las bombas en Vietnam o los niños del cuerno de áfrica con los vientres hinchados decimos…… joder, ya sabéis la dichosa frasecita.
Creo que la moralidad empieza por tomar conciencia de la realidad que nos rodea y ponernos en el lugar de otros. Pues la fotografía, usada solo con fines informativos, nos ayuda a conocer de qué pasta está hecho el mundo. ¡ABRID LOS OJOS POR FAVOR!
Por cierto, MUCHAS GRACIAS DON ANTONIO.
Gracias a ti, por varias razones. La primera, evidentemente, por dedicarme la entrada - que por otro lado no creo que lo merezca -. La segunda por borrarla y volverla a subir, sólo porque yo no pudiera leerla.
ResponderEliminarRespecto a lo que comentas, los fotoperiodistas somos un poco los bichos raros dentro de la profesión. Una labor poco reconocida, pero fundamental. La diferencia entre la fotografía perfecta y centenares de burdos intentos, pasa por una fracción de segundo.
Pero también el fotoperiodista debe saber dónde está el límite. Una buena fotografía debe respetar unos principios éticos. Si quieres saber a qué me refiero, pásate por mi blog y me comentas qué te parece.
Un abrazo, y me reitero. Gracias a tí, que yo no las merezco. El fotográfo nace, no se hace.